Una amiga escritora dice que no para de “copiar” ya que todo está inventado. Creo que todo es motivación, los elementos que forman un relato, vienen de la vida misma, del observar, del intentar comprender distintos puntos de vista sobre cuestiones que tal vez no fueron “siquiera” una posibilidad en nuestro imaginario personal… me gusta jugar con eso: “ponerme otros zapatos” y sobre todo invitar a quién escucha un cuento, que también lo haga, o a quedarse descalzos, que es algo tan saludable.... Con el tiempo me he permitido dejar que mis ojos estén más conectados con lo interno… con lo que no se ve a simple vista…
La propuesta de esta “Especialista en creación de mundos alternativos”, es invitarlos a visitar un cuento, a entrar por una puerta real, sentarse en un trono real, o una alfombra mágica real, comer un dátil real, escuchar una cítara real, oler un cardamomo real…probar pan de miel o tartas de queso y chocolate... y sentir lo que significa contar un cuento para salvar nuestra propia vida… dijera Sherezade.
¿QUÉ SERÍA CONCRETAMENTE UNA
SUCULENTA INSPIRACIÓN?
Perlas de roquefort
Atracción fatal de avellana y ananá
Pestiños
Pan de cerveza y datiles
Sopa de zanahoria y jengibre
Sopa de melón
Pechugas con crema de amapolas
Tabuleh
Mohamara
Keppes
Bombones de azafrán
...
¿sigo?
Los olores invadían cada centímetro de la casa y ella supo a sus cinco años que jamás olvidaría esa apacible sensación que la acunaba entre viejos temas de Frank Sinatra, soles suaves de invierno que invadían la cocina y conversaciones de adultos que tal vez un día entendería… y que seguro, ya no querría entender.
La cocina con suficiente ajo y pimentón levantaba la temperatura del mediodía y hacía que los rojos de repasadores y manteles fueran más intensos. Y ahí, dorando cebollas y morrones, en un trozo de manteca, su abuela.
¿Qué más se podía pedir?
Tal vez sería por eso, que a los cuarenta años maravillosos de vida, ella sabía que no había mejor manera de crear magia de verdad, que cocinando con firmeza, personalidad y mucha audacia para enamorar a quién cayera desprevenido entre sus sartenes, cacerolas y copas de cristal.
Había un “modo” que le pertenecía, pero como buena maga, nadie lo percibía hasta que era demasiado tarde. Después de haber tragado el segundo sorbo de aquel vigoroso licorcito de naranjas o pasados varios bocados de aquel lomo con pimientas varias y “ese algo más” que nunca quería confesar; mientras desafiaba a todos para que lo descubrieran. Nunca se supo si los incautos jugaban adrede el juego de la adivinanza o si se dejaban engañar porque era inmensamente dulce el engaño.
Ni que hablar de los días en que horneaba pan, hasta los vecinos apuraban su paso en la vereda para alcanzarla y comentar: “¿hiciste pan, hoy?”.
Ella sonreía como asintiendo, pero sin mencionar palabra porque eso, también, era parte de la magia.
Uno de sus viejos amores se lo había confesado sin empacho: “me enamoró tu pan de queso azul al orégano”… y ella aceptaba el piropo, no por el ego satisfecho en la preparación de la buena comida, sino por saberse capaz de crear en sus dos metros de cocina cosas capaces de hacer morir de amor al mismísimo hombre de las nieves.
